sábado, 31 de marzo de 2012

RAÚL ALFONSÍN

ALFONSÍN MARCÓ UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA VIDA INSTITUCIONAL DE NUESTRO PAÍS. 
Su ausencia duele….
Porque afloran los sentimientos que muchos podemos tener en lo personal hacia Raúl Alfonsín; porque hemos tenido en él la referencia a partir de la cual abrazamos la política; porque hemos tenido en sus acciones el testimonio de los mejores valores para encarar la gestión de lo público; porque nos enseñó a soñar alto, a mirar lejos, y a pelear todos los días por nuestras convicciones.
Su ausencia duele, también para la democracia. Porque, más allá de los afectos personales y las convicciones partidarias, Raúl Alfonsín constituye una representación muy clara de la institucionalidad de la República, un símbolo de la recuperación cívica de la democracia. Con él aprendimos que el destino de los argentinos estaba en manos de los propios argentinos, siempre que sepamos defender las instituciones de la democracia, siempre que sepamos exigir que se resguarde la ley y el Estado de derecho, siempre que sepamos ejercer nuestra ciudadanía.
Alfonsín marcó un antes y un después en la vida institucional de nuestro país. Veníamos de largos años de oscuridad, censura, dictadura, torturas, miedo; veníamos de un país arrasado por el odio, la violencia irracional, el terrorismo de estado. Y él supo liderar, con coraje y firmeza, la reconstrucción de las estructuras éticas e institucionales de nuestro país.
Si algo debemos a la figura de Alfonsín es precisamente el haber marcado el terreno para que podamos vivir el período más largo de la historia de nuestro país en la convivencia democrática.
Y es nuestra responsabilidad que las nuevas y futuras generaciones abracen con la misma pasión la necesidad de garantizar la institucionalidad. Encontrar el modo de transmitir a los jóvenes que la política, con mayúsculas, es el mejor modo para construir una sociedad plena, justa e igualitaria; que esta Democracia es el mejor sistema que los argentinos y el mundo reconoce, y por lo tanto sobre su base debemos trabajar. Todavía queda mucho por hacer, hay muchas injusticias que resolver.
Alfonsín tuvo que tomar decisiones dilemáticas, trascendentes. Algunos lo aplauden por políticas y acciones memorables; otros le seguirán reclamando por las deudas y los errores cometidos; pero, sin duda alguna, todos debemos reconocerle ese liderazgo moral que nos permitió, ante tanta desolación, volver a recuperar la esperanza sobre la base de las instituciones.
Porque supo encontrar el difícil equilibro entre las convicciones y las responsabilidades que le cabían para sostener el sistema democrático. Porque fue un ejemplo de esa vocación política que sabe compatibilizar la ética de las convicciones con la ética de las responsabilidades, algo que muy pocos hombres de la política -cabalmente, desinteresadamente, y por el bien del país-tienen el coraje y la hidalguía de asumir.
Una multitud asistió para despedirlo aquel otoño del 2009. Hubo discursos, reflexiones políticas, crónicas periodísticas, miles de imágenes; pero tal vez la nota más sincera, más genuina, fue la de esa abuela que le dijo a su nieto mientras pasaba el cortejo: “Miralo bien, no te olvides nunca que has visto al demócrata más grande de todos los argentinos”.
Así es. Raúl Alfonsín se llevó consigo un caudal que jamás comprometió en ningún vaivén de la política: la tranquilidad de conciencia y la satisfacción del deber cumplido, que es el patrimonio de los hombres honrados. Entonces… valió la pena.
Los convoco, a todos, a que esta fecha ligada a este hombre ejemplar, nos devuelva esa pasión militante, esa vocación por el hacer común, que volvamos a creer en nuestros sueños, que volvamos a confiar en nuestra capacidad para cambiar la realidad…
Estoy persuadido, como diría él, que ese es el mejor homenaje que podemos hacerle: vivir plenamente la democracia; honrar la libertad; simplemente para darle sentido a esos ideales que resume tan dignamente el preámbulo de nuestra Constitución:
“con el objeto de constituir la unión nacional,
afianzar la justicia,
consolidar la paz interior,
proveer a la defensa común,
promover el bienestar general,
y asegurar los beneficios de la libertad
para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres y mujeres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Que así sea. Gracias.

MARIO BARLETTA
Presidente Comité Nacional UCR

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